... , no quiero nada más que recordarme a mí mismo, por si algún día se me ocurre pensar en ello, los sencillos trasvases que se producen, en torno a algunas metáforas orgánicas, de la sociología a la biología, y al contrario: la contaminación, consiguiente, del mundo ético; si no sucede que una ética antimoral (más etología que ética) preside todo el empeño de los razonamientos, ab initio. Quizás los filósofos no deban seguir guardando las puertas de la moral, si es que alguna vez lo hicieron, aplicando la navaja de la razón a las máximas, voluntades y actuaciones humanas. Tendríamos que inquietarnos, no obstante, cada vez que recordemos que los comités bioéticos están presididos por los científicos cuya práctica es objeto supuesto de examen: ¿con qué criterio examinan ellos, si las viejas tablas de la moral han caído una detrás de otra?
Todo esto a propósito de unas páginas que he leído hoy -día de permanencia en el IES- de La societé pure, de A. Pichot: considerando lo atractivo, por descarado y desprejuiciado que es un argumento del tipo de los que se basan en la idea de la eficacia de un control "natural" (epidemias, o guerra bacteriológica) de las poblaciones humanas, a fin de facilitar el equilibrio malthusiano y la salud del conjunto de la humanidad, el bienestar en sentido amplio, que va mucho más allá de la protección "sagrada" de la vida particular o meramente humana (vid. pp. 282 ss)---
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