22 de enero de 2008

Creencias

En el fondo, el largo trabajo del Dr. Casanova no constituye sino otro piadoso ejemplo de la ímproba labor que desarrollan los sectores académicos, muy acomodados, para vender la misma mercancía contrailustradora. Para empezar, uno tiende a sospechar de las antesalas argumentativas de los sociólogos que empiezan (valga la repetición) acusando al que mantiene otro punto de vista de infamias morales como el racismo y otras lindezas. Sutilmente, este aroma se desprende a cada momento de la argumentación del escritor. Sutil, pero al final no huele bien: se necesita este chantaje moral para poder culpabilizar mejor al comprador (posible, no del todo convencido; malvado a veces, como yo me siento). Porque no se trata de si la ilustración secularizadora, laicizadora, privatizadora, diferenciadora, etc. contiene en sí una profecía de autocumplimiento, que seguramente sí la contiene, sino de un asunto muy diferente: si se trata de algo negativo. Porque no lo es -creo yo- en términos de la tentativa ilustrada, emancipadora, tolerante, racionalista, etc. Hablar, escribir, en este tema y en este sentido, de una tolerancia intolerante, porque no se admite la intromisión/quebrantamiento de las reglas por parte de las religiones privatizadas por el decreto liberador racionalista ilustrado representa el colmo de la mala fe (si no fuera porque la mala fe parece imposible de colmar, y siempre se pueden encontrar nuevos records). Pues estaría bien que se admitieran los créditos religiosos en el terreno de la razón! A estas alturas! Naturalmente, este terreno semeja el único en que Casanova no quiere jugar, porque tiene que desplazarse muy lejos de casa (me parece a mí). Pretende asentar sus reales razones en la maldad de una profecía de secularización ilustrada que resulta condenada como engañosa: pues el afán descriptivo in the long run de la categoría sociológica de la secularización, como marca característica de la modernidad, no puede esconder, a su juicio inquisidor, la seña culpable de un deseo de que la cosa se cumpla y la religión se condene a un infierno privado. Pero es que no otra cosa resulta el descubrimiento de Casanova: es decir, su descorrer el velo, para poder observar mejor los manejos de los tolerantes intolerantes ilustrados, se me antoja un apasionado descorrer para que nuevas cortinas vengan a velar los ojos. Sí, de la niebla religiosa hablamos, en su rostro más afirmativo, identificador e identitarizador. Todos comulgando en una única iglesia, que, esto sí, puede tener distintas marcas, de acuerdo con el signo de los tiempos marketing (si el tiempo es oro, el tiempo tiene que ser mercado, publicidad, ventas). Esta realidad es la que quiere desterrar a hisopazos de contribución religiosa positiva. Como si no conociéramos en qué consiste esa positividad (pero nada se dice -nada me atrevo a decir yo- de la conducta positiva de los hombres religiosos, que todo hay, y muy heroico). La religión pública, cualquier religión pública (¿de veras es necesario recordar esto en la tierra de María Santísima del Nacionalcatolicismo de los cuarenta años?) representa el río revuelto -porque no se conforma- de las coacciones y las culpas, de las inquisiciones y de los fuegos. ¿Qué necesidad tiene, si no, de exhibirse en público: si constitucionalmente tiene todos los derechos de práctica y culto privados? Tiene todos esos derechos, pero quizás no convenga que tenga ni uno más: la religión es sagrada en la conciencia y así debe ser, como todas las fuerzas propiamente humanas y humanizadoras, pero no debe chocar con ese otro derecho fundamental, tan sagrado también, como es el de descreer respetuosamente y no ser inquirido por ello (lo que vale tanto para las religiones religiosas como para las políticas, las del dios estado moloch)---

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