En la selva urbana (una selva es más que un bosque, ya que este último solamente contiene un peligro posible) en la que hombres y mujeres mantienen entre ellos un conflicto de signo darwinista (dispersando ellos su búsqueda del placer instantáneo; concentrando ellas sus esfuerzos en hallar al varón protector, la aseguradora del instinto de madre), en este ámbito sin misericordia que constituyen las ciudades modernas, la mujer quiere convencer al hombre de que ella y nada más que ella le va a dar la felicidad, digo le va a permitir desplegar su potencialidad. Le señala, con ese fin, las cualidades que se esperan de un hombre: orgullo, lujuria, noble ira, cada una con su animal emblemático: pavo real , cabrón, león rex...
Para mí que Moses Herzog lo que exhibe son las cualidades del hombre vulgar, de esos espíritus que se congregan por docenas, pero posee la suficiente inteligencia para darse cuenta de la trampa y no claudicar del todo, por lo menos mentalmente y por lo menos por lo que llevo leído.
Al respecto, y puesto que la novela incluye un muestrario de lo más exhaustivo de todos los clisés que acompañan la vida de los seres urbanitas a los que se les ha regalado el lujo otrora prohibido, designando todo ello un modo de vivir altísimamente convencional y falso, creo que sé por qué la primera vez que leí el libro, hace ya años, no terminó de convencerme. Confundía quizás el punto de vista resultante de la ficción con una pretendida prédica autorial. Pero no pienso que Bellow fuera por ahí, extendiendo bendiciones urbi et orbe, ni tampoco por la misoginia que se denuncia a propósito del libro.
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