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25 de abril de 2009
Eternidad
Una tarde calurosa de final de abril, en la terraza de un bar al borde la curva de la carretera que atraviesa el lugar, una persona solitaria y madura lee, sentado en una de las mesas, lo que escribe B. a propósito de N., más que sobre N. Soledad y acción, ha venido pensándolo por el camino que le ha llevado hasta allí, rompen, a su modo cada una, la totalidad prevista por el ser humano. Claro que tampoco la invasión de la otra intimidad por uno, y la de uno por otros, lo liberan de su desgarro e insuficiencia. En un momento Bataille se dirige a él, al hombre (sí) sentado: para escribirle que le comunica su pasión, la que le mueve en la vida y la que le ha hecho escribir sobre Nietzsche. Pero yo (sí) siento que un libro no va a ser lo mismo que una epístola, y que lo que no pueden arreglar la comunión erótica o sacrificial, el cierre de la herida, no lo va a solucionar tampoco la ficción de una proximidad a través del libro, suponiendo que hay un más allá del libro que impacta en el corazón del lector.
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