9 de abril de 2009

Alma simple

La ciudad de G., bellísima e inmortal, consta de una avenida larga para coches y un bar en el que paro a mitad de camino. Los primeros minutos todos los paisanos son enemigos potenciales. Las mujeres, menos, aunque ellos las acompañen. No sé la razón (de percibirlas más inocentes, si la especie es la misma). Detrás de mí, sentados en la mesa que da a una de las ventanas que dan a la calle, se encuentran un hombre joven y moreno, algo achulado hasta que lo oigo hablar y me parece simpático, y una mujer sentada enfrente de él, como diez años mayor y más silenciosa. Mamá, sin duda. Alejado luego de estas circunstancias, que me producen ansiedad por lo imprevisto, conforme me voy acercando a la bella e histórica urbe, la cual cayó la última, voy comprendiendo el nombre de su sierra radiante, blanca e inmensa para mis ojos móviles que se van acercando por la avenida larga, También alcanzo a saber, ahora que estoy llegando, lo que significa la expresión Operación Salida de Semana Santa que he ido escuchando a lo largo de mi extraño viaje desde A. a G.

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