Junto a la globalización extensive, consistente en la cadena sin fin que va de individuo a individuo, de idea a idea, de bienes a bienes, etc., traduciendo al espacio planetario esa serie causal que el criticismo localizó en el tiempo, todo ello merced a la entronización de la cibernética, no habría que renunciar a la globalización intensive, desmintiendo el optimismo progresista de la primera (¿quién habrá de renunciar a la bondad de la información instantánea?): así, en una cadena televisiva se pueden suceder sin solución alguna las imágenes sangrientas de la Pasión y el spray de la optimización orgásmica (haciendo realidad tangible y al alcance de todos los sueños de W. Reich y de W. Allen).
El estupefacto espectador que recibe sin sorpresa tal ladrillazo en la conciencia, en cuanto consumidor de lo que le echen demuestra que está listo no ya para la compra de la quincalla que le quieran vender, sino para cualquier creencia que venga a cuento, teocrática o no. La estupidez no tiene límites: globalización intensive.
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