14 de abril de 2009

Vuelta al trabajo

Es lo que hay...

En Chicago, años 70 debía ser, los alumnos de las zonas deprimidas de la gran urbe (inhóspita ciudad, Chicago), deambulaban con un radiocassette por las clases, atentos a nada más. El maestro hablaba a nadie (informa Saul Bellow, en Todo cuenta). Hágase el diluvio...

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No hay nada mejor que las relaciones ente los pueblos... exceptuando la posibilidad de que los pueblos no tengan que relacionarse...

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No estoy seguro de que alguna vez la juventud haya sido consciente de sus carencias. Yo creo que repetimos modelos como, efectivamente, el Chicago años ¿70? de Saul Bellow. Lo único que se perfecciona es la necedad de esta especie maleducada e ignorante.

No, no estoy nada seguro de que hayamos innovado. Ni para mal. Pienso que repetimos los disparates de otros. Anglosajones, v. gr.

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Humano, demasiado humano de Nietzsche: ¿cómo no admirar lo admirable en sí? La sucesión de inteligencia de una página a otra, de un párrafo a otro, de una palabra a otra, y aun de los gestos de la mano que las anteceden...

En la parte dedicada a la destrucción de los conceptos filosóficos (la I), inserta Nietzsche un gracioso epígrafe, “Lógica del sueño”. Los seres humanos, que recuperan a los desaparecidos en la vida del sueño, derivan de ahí la existencia de un alma aparte, la vida eterna y la existencia de espíritus y dioses. Porque soñé conozco que existe Dios en mí, podemos escribir nosotros.

Así será, aunque también creemos que se necesita una fe del carbonero, la de un alma cándida o embotada que al llegar el día no se dice “bah, todo era una ilusión”. Si no mostramos tanta ingenuidad en nuestros asuntos, como no la mostramos a causa de los muchos reveses contenidos en la experiencia particular, sabemos que la ilusión también domina nuestra vida diaria, que nos inventamos dioses nuevos bajo el sol. Llega un momento en que nos hacemos más despiertos, en la luz. Así que no se comprende esa creencia infantil en las almas del sueño.

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Absurdos:

Comprendí de súbito el mecanismo de las pruebas de independencia, ese curioso procedimiento por el que se muestra que no se deduce algo de unas premisas dadas. Me arrojaba a la pizarra, el papel no es tan vasto ni el bolígrafo tan proletario como la tiza, como un poseso a resolver las que yo me planteaba a mí mismo, antes que a los indiferentes o asombrados alumnos (50 %). Un uno por aquí, un cero por allá. No. Porque entonces... Hasta que todo cuadraba, pero sin verse bien por los borrones y las trazas superpuestas de la tiza. Fdo.: El prof. de la asignatura antes de.

Otra cosa: ¿en el mundo hay algo independiente? Piense, piense lentamente, a sorbos gozosos... Porque sí cree que sí, entonces Vd. cree... en Dios.

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Ah, Shalámov, qué grande! Qué ignorado! Qué error desconocerlo, estando ahí: Relatos de Kolimá, I y II, ed. Minúscula.

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