Ayer en Granada: una monja mayor, de pequeña estatura y de gris, diciéndole algo a una pareja de punkies (él delgadísimo), y un perro detrás de todos ellos, como alelado, sin saber a qué carta quedarse (sin saber a quién mirar). Yo en el coche, parado en el semáforo mientras ellos cruzaban, sin cámara.
Escribir un diario debe equivaler a recordarse constantemente que falta la cámara (= que no se vive).
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