5 de abril de 2008

¿Qué entendemos por crítica de los discursos?

Uno, o el breakindance: ¿A quién le importa?

Uno: una defensa de la vida propia. Para empezar. Lo primero. No parece tener mucho sentido denunciar aquello que por indiferente no nos afecta.

Segundo: se defiende uno mismo mucho mejor aprendiendo del otro o enemigo. Al respecto, utilizo desde hace tiempo la compra y meditada lectura (en lo que se puede) de las obras de Vicente Verdú. Igual que las verdades pedagógicas acerca de cómo no se debe enseñar yo las utilizo como dogmas ultraevidentísimos y megasacros de cómo se debe enseñar, las sabias (y más generales) disertaciones de V. V. acerca del valor de la identidad de superficie que se está avistando en el horizonte tardomoderno yo las empleo como catálogo hiperexacto de todas aquellas cosas que para mí son despreciables, reafirmándome en que deben seguir siéndolo. Yo, tan tardomoderno como cualquier hijo de vecino, pero abismático de tan profundo. Oh yeah.

Pues bien, dada la inercia cultural tan poco pija y tan out, que sigue confiando en la escuela para la tarea de la reproducción social, menester será un conflicto conceptual a la hora de valorar en más o en menos las aportaciones de tan anticuada institución a la definición de la identidad que tan regularmente nos vienen administrando V. V. et al. Así que rastreando en el interesante blog de Verdú (sin ironía ninguna ahora) encontréme con esta soberbia entrada.

Yo sé que Verdú debe contradecirse (puesto que sus libros pertenecen al género del diagnóstico crítico; aunque invertido, puesto que se ejerce sobre el mismo crítico elitista) o mentir (si es consciente de la contradicción), pero no tengo pruebas de lo que digo. De todas maneras utilizaré la siguiente e inquietante frase de la entrada de Verdú, convenientemente de/negada, suponiendo que lo contrario es lo cierto, como una norma de conducta: "No sirven estos espacios, estos programas, este personal, para mejorar la educación."

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