Ocurrió como vienen las verdades, por accidente. Al mediodía cruzó la calle, miró el cartelón y le gustó: "Liebre argumentada, al fundamentum inconcusum veritatis". Humm! Entró y pidió. Sabrosa, de verdad. Hasta que recordó que, por la mañana, el morrongo azabache, más oscuro que el mal, era invitado a entrar por la puerta trasera del restaurante, por la cual sacaban, normalmente, las basuras.
Así que tenía razones para no fiarse demasiado de los filósofos: pues él conocía por experiencia viva, en su estómago falto, que prometen una verdad, pero que luego sacan un dios pequeño y arrugado de su chistera de teólogo---
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