6 de abril de 2008

Confesión, II

Nos atrae de los diarios ajenos la cantidad de infortunio que allí encontramos. (No es envidia: pensar esto representa una vulgaridad. ¿Qué es lo que merece la pena que envidiemos?) Nos atraen porque como somos igual de infortunados se nos ocurre imaginar que también nosotros podríamos escribirlos---

Una sucesión de días felices, si nos la encontráramos por azar escrita, habría de provocarnos inmediatas náuseas: ¿cómo se puede ser tan estúpido y mentir tanto?

Podemos soportar la felicidad ajena, sí, con tal de que tras ella imaginemos la cercanía demoledora de la locura. Amamos lo que de abismo hay en N.

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