Todo me lleva hacia ti, porque todo me recuerda tu persona, menos tú, ya que te fui conociendo ciento ochenta años después de que te hubieras muerto. Pero yo te amo cada vez más, con el mayor respeto, porque veo tu cara en cualquier opinión que me merezca la pena, a mí, que nada soy. Pero tú has de perdonarme:
Si la colección de libros y cuadros, o las visitas a museos y bibliotecas públicas, en tanto formas débiles o pobres de posesión de esos bienes (temporal, sólo para la mirada por un tiempo), guarda relación con una belleza emitida, al mismo tiempo que tiene la facultad de mantenerla presente (fomentando su demanda social, incitando a las personas adecuadas), me tengo que acordar de que esto representa una exigencia incluso para el creador, pues éste no puede serlo en absoluto (de una manera total), sino con una cierta pasividad: dependiendo de la experiencia sensorial o de los productos (la tradición cultural) de otros.
Será coleccionista quien aun esa creación desmejorada se le resiste, o que no puede ser creador (inteligente o artista) todo el tiempo. Así que la colección de objetos señala, como a su otro extremo, hacia la radical definición de un acto que percibiera y creara en el mismo instante, si no es que desde la eternidad.
Esto tú lo llamaste intuitus originarius, y nos lo prohibiste para dejarnos los objetos marcados con una X inquietante y presos de la cárcel de los ojos, reservándolo para un espíritu más puro o más absoluto, divino o inhumano por lo menos. Pues bien, creo yo que a esa acción tan divina sólo podríamos responder dejándonos llevar: por un transporte o donación ante los que nada tenemos que decir. Ni siquiera eso, ni siquiera podemos hablar---
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