Con un pequeño cincel en la mano, delante de una piedra lisa que más parecía cálida piel sobre la que aplicar caricias, el hombre pensó que debía vengarse de las injurias del jefe. No debió hacerlo. Pero lo hizo. Pensó que la piedra, los signos fijados sobre ella, duraban más que la piel y los huesos. A esa duración la llamó bien y mal, confundiéndose lo inscrito en la piedra con la ley.
En su rencor idealizado encontramos nosotros (sus hijos desconocidos) a un maestro y un hermano. Para cumplir el mismo fin de resentimiento y venganza. Los guerreros y cazadores, al fuego eterno. (Guerra y fuego: el mismo contradiós y contralogos.)
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