Lecturas africanas:
Moratinos vs. Naím.
Que descubra el lector ecuánime dónde está la tonteria evángélica y dónde la inteligencia que duda (que no sca las cuentas definitivas, ni las carga en la moral del principio esperanza versión light remix); que me diga si estoy muy equivocado si menciono que el calendario cristiano ha sido sustituido por el calendario electoral. Si lo estoy en mi creencia de que tanta profusión de "deber ser" (y parientes pobres de la expresión) es lo mismo que nada, como tontería multiplicada.
Que me diga si no piensa en, con las sabias palabras del ministro, si no se imagina la mirada, de miradas se trata, del misionero-colonizador, maravillándose de que los nativos, pudiendo pecar, no pequen:
"Desde nuestros vehículos contemplamos las desesperanzadas imágenes de jóvenes deambulando por las calles embarradas del caótico torbellino urbanístico de Bissau, Kinshasa o Bamako. La gran mayoría vestía atuendos limpios y elegantes, con esos amarillos, verdes y rojos que tan bien representan los colores de las banderas africanas. Mostraban una gran dignidad personal, en absoluto afectada por la falta de horizonte existencial."
Los ojos ministeriales, de miradas se trata, han depositado en el objeto percibido (sí, son seres humanos) las categorías de una cómoda y olvidadísima lectura un peu rive gauche, vraiment. Oh, hipocresía!
***
El paseo por H.O. ayer. (Ayer no, el sábado)
Cuando no se escribe en el momento no sale igual. Por supuesto que no. La tarde del sábado pasado -lo digo por esto, por lo que no escribí con sus palabras contadas en cuanto vine a mi casa, con el tono adecuado: preparado para recoger el afecto tierno de quien, al leerme, si me leyera, me podría querer- di una larga vuelta por la pequeña ciudad de H. O., donde viví casi dos años, en 1997 y 1998. No digo que fuera feliz entonces, porque tampoco era ya un hombre excesivamente joven, capaz de tener las ilusiones ingenuas de los jóvenes; no digo que se tratara de felicidad, pero sí de una cantidad menor de cinismo o de duda. A pesar de que mi descreer haya madurado, no pude evitar emocionarme un poco al pasar por las calles cuadriculadas del barrio. Por los edificios de verde no parecía haber pasado la degradación del tiempo, al contrario. Había nuevos negocios, naturalmente, pero en lo sustancial el aspecto no era diferente. Sólo los árboles de las aceras, que al final del siglo (antes de irme yo) estaban recién plantados, y diez años después daban, tan robustos, mucha más sombra al piso bajo en el que viví en penumbra.
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