... que son los de mi vida ahora.
En primer lugar, en un paisaje idílico del norte, del que no se oyen pero se presienten los sonidos de los disparos, una pareja de bueyes invisibles y maquinales aran en un campo muy extenso y cubierto de hierba verde muy brillante a trechos regulares. Obedecen, aunque se dejan llevar por la inercia de su paso mecanizado, a la voz fuerte e industrial del labriego subido en el tractor animal.
En segundo lugar, la casa de los padres, en la que se han raspado las paredes de separación, dejando la parte de abajo (de las paredes) con una extraña consistencia rugosa y muy irregular. Recuerdo, entonces (no sé si en el tiempo del sueño o ya despierto), que él quiere poner un zócalo para evitar la humedad.
Por último...
***
El contenido onírico sigue las reglas cartesianas de la formación ideal: ninguna originalidad, pura faction a partir del presunto origen externo (el trabajo de la conciencia diurna) y la inconcebible interioridad (que sólo se conoce a través de la educación; es decir, a posteriori, lo cual es preocupante).
Descartes debía ser un hombre muy vago o romántico (soñador).
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