O una doble mentira, o la mixtura de verdad y falsedad que inmoraliza las conciencias. O... o...
Aquí:
" ... no creo que un proyecto Ilustrado sea la única alternativa a la tenebrosa sinrazón. Casi diría más; una Ilustración que se quede en sus propios principios vacíos puede convertirse en un totalitarismo de lo superficial e indolente. Se trataría de un humanismo muy pero que muy devaluado... "
Anoche intuí -no sé si esto sigue valiendo en esta época de gran avance científico y decadencia epistemológica- que la única salvación (aunque no lo sea, aunque todo se vaya a reducir a un escepticismo in/consecuente o desencantado) reside en la posibilidad de ejercer la crítica, de dar permiso a la voluntad para que diga un gran o un pequeño no.
Empecé a leer un texto de F. Vallespín sobre multiculturalismo y democracia (apareció en Cuadernos FAES, ¿nº 3?, 2002), y llegué al punto en el que se ponen las cartas sobre la mesa: uno de los jugadores lleva comunitarismo y el otro liberalismo. El primero se jacta del valor de su triunfo, pues nadie podrá negar que una identidad libre y racional como la que defiende el segundo jugador (el liberal) no puede residir en un vacío, en el clima frío de la asusencia de tradiciones, historia/s, costumbres, sentidos, religiones (¿para qué vamos a engañarnos?). Tan convencido está de que la partida es suya que puede ignorar la contestación indignada del oponente: Discriminación!
Y no, no es discriminación, sino una tremebunda patraña que se ha permitido ignorar lo falaz que resulta pasar del es al debe cuando están los pobres cuerpos humanos en medio de la disputa. Porque el comunitarista puede defender el calor de religiosidades y culturas dejando a salvo su libertad crítica en el cálido (también lo es) retiro de una universidad occidental. Pero su tibieza, lujo o lo que sea, no le permiten creer (no podemos permitirnos creer que le permitan creer) que haya otra cosa que inmoralidad en la extensión posible de la predicación de lo bondadosa que es la situación del esclavo... hecha y dicha al esclavo de las magníficas gemeinschaften adoradas en lontananza por el neocolonizador occidental tan bondadoso (Ch. Taylor o similares).
O sea: que el derecho a la cultura tiene como límite, como condición de posibilidad humana o democrática, la posibilidad (también, pero real, eh!) de salirse del calor de esa cultura (yéndose a vivir a otro sitio, o retirándola de su conducta privada o pública, sin peligro de que le maten).
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