(Acerca de la confusión eclesial)
Porque no se pide -sería un disparate simétrico: sería un disparate pretender retirar absolutamente un derecho, cuando anteriormente se ha pedido su acotación, su limitación al ámbito de lo razonable- la abstención del estamento religioso en las cuestiones públicas, como de hecho alguien quiere hacer tolerable. La retirada de la voz de los clérigos en estos asuntos políticos no procede más que de la barbarie atrevida e ignorante: pueden hablar como el que más, pero no más que él. Por esta razón era por lo que yo -¿quién?- me manifestaba en contra de la confusión interesada de esferas por parte de esos mismos y dignos sacerdotes: porque la muy fundada sospecha sobre la idoneidad de conversar con quien está dispuesto a no conversar -si lo hubiera menester- no ha de confundirse con las ilimitadas libertades que puede tomarse en el examen racional de los hechos humanos.
Es, mi Señor, todo lo que yo quería humildemente señalar.
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¿Habrá pensado quien busca el esclarecimiento causal del ejercicio terrorista, a fin de llegar a un humano comprender sin ira, en la inanidad de sus esfuerzos engañosos? Le bastará considerar la persistencia de la memoria de los hombres, la huella que dejan las víctimas en los hombres y mujeres posteriores. El que busca esclarecer según principios de ordenación de los sucesos en términos de causas y efectos (y, peor si cabe, motivaciones de estos actos extremos y malvados) vive presa de la fascinación por el ruido y la sangre del crimen mismo: piensa, inocente él pero creyendo de forma similar en la grandeza del ruido provocado, que la ordenación inteligible del horror y la muerte va a ser transmutada en la conciencia por el perdón de los seres. ¿Cree acaso, en el ámbito de ese logicismo moral, que de los salvajes ataques de cada día en Irak puede venir otra cosa que un odio de siglos, montañas de odio y desesperanza que van a colmar los tiempos venideros, sin solución visible?
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