Una nueva contrarreforma
"La Iglesia católica ha emprendido una nueva contrarreforma bajo la dirección estratégica de Ratzinger con el episcopado español como fuerza de choque."
Hay noticias que en sí mismas son luz. No ya que aporten o den luz, sino que, en sí mismas, se constituyen en manantial eterno. Hasta el punto de que, quizás sin exagerar demasiado, se eleve, por lo menos para nuestros corazones hambrientos de significados, otro sol en el cielo, aún más bello. Me dejo llevar por la emoción, sin duda, pero es que después de conocer la primicia del valiente sociólogo de guardia, don Enrique Gil Calvo, comprenderéis que huelga el comentario, y aun la explicación riquísima del sociólogo después de las terribles palabras iniciales. Iba o venía yo con todo el torpor de la mañana, con el ánimo no menos turbio, y, ¿cómo lo diría?, la revelación explotó delante de mis ojos, ahí, en la pantalla del ordenador: preocupados genéricamente por el peligro que un excesivo peso o visión de la fe en los asuntos públicos podía traer para las libertades de que afanosamente (no gracias a nosotros, sino a nuestros ilustres y esforzados antepasados) gozamos, sin tenerlas en más que el aire gratis, el aroma de la flor del almendro o el canto divino de los pájaros en días o estaciones radiantes, preocupados con un sinsaber (me tengo que inventar las palabras, de tanto que quiere expresar sin poder mi entendimiento) inconcreto, como una molestia difusa enquistada en el alma, no habíamos sabido ninguno darnos cuenta del globalcatolicismo asechante (sí, sí, asechante). Ya se huele el humo, ya se escucha la algarabía en las plazas, de los autos (de fe), ya el fragor lejano anuncia que viene el Papa de Roma (en un tanque). ¿Escucháis, por Dios, el zumbido infame? ¿No os dais cuenta de que es la aviación vaticana? Después vendrán las aguerridas huestes de Cristo Rey, en noches de sangre e infamia kuklusklanesca. Ya sé, ya sé, horror de pesadilla que hiela la sangre!, que todavía no, que está la voluntad de verdad de D. Enrique (Gil Calvo), en la capital del reino y en las redacciones, para vacunarnos del mal antes de que sea tarde, para librarnos de la pesadilla bestial del fundamentalismo católico. Que Dios premie ese prodigio de visión y valor alucinados.
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