Que en el año 2000 a alguien se le quebrara la voz, no precisamente de alegría, con la victoria electoral por mayoría absoluta del partido conservador, no debería pasar de lo anecdótico y de la impresión de un temor algo ridículo: pues no se debe negar que el recuerdo de cainismos pasados haga asomar lágrimas y temblar las palabras.
No debería.
La infamia de 2004, la mezquindad actual, el abyecto mercadeo, dan razón efectiva de los temores que surgen antes de tiempo.
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