16 de mayo de 2007

Haz memoria, III

¿Consistencia?

Es decir, que, sin esa conversión interior de la que habló Kant, el discurso público irá por un lado y la vida privada irá por otro: sin embargo, la alegría o el lamento son los mismos: igual incomprensión para la muerte de V. que para las muchas muertes de que informan los historiadores. (Con el significado de que así debería ser: futuro, condicional, utopía.) Es raro, a veces, darse cuenta, pero los historiadores, al contrario que los filósofos, no informan de la vida de los conceptos, sino de la muerte de los seres humanos -aunque los historiadores son muy dados a aportar datos numéricos. (El tiempo engaña, la estructura narrativa también: se piensa que se está leyendo "Érase una vez...")

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(Trabajos de amor ¿perdidos?)

Quizás en vano, fotocopio un poema de Juan Ramón Jiménez (de Eternidades) y otro de Antonio Machado (de Galerías), para intentar comentar la diferencia entre "vida" poética y "cálculo" filosófico en un texto de María Zambrano. Resulta atractivo para un hombre maduro, y mal filósofo, coquetear con una idea hermosa (una de las primeras en mi Facultad granadina de Filosofía, en primero de carrera, en el otoño de 1984): el origen posible de la filosofía... desde otro lugar. Puede ser el mito, la religión: la denominación se puede cambiar, el lugar se puede ir desplazando. Terminaremos por pensar que ese horizonte en fuga es un abismo, no un vacío sino una confusa plenitud: el campo abierto de y para todas las posibilidades -demasiada riqueza para la cerca que suponen los conceptos/límites.

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(Molestias)

La torpeza y la aprensión, las malas pasadas de una memoria que me hace olvidar (¿hace olvidar la memoria?) incluso los títulos y argumentos de películas que he visto mil veces, son terribles: la debilidad -en cualquier aspecto- es siempre incapacitante. No le doy demasiada importancia al asunto del lapsus (al cabo de un rato, cuando ellos se han ido), pero ¿qué patética figura se queda cuando las palabras no acuden solícitas a los labios! El que no se acuerda es como el que no sabe: ¡Qué gran verdad! Con un poco de crueldad para mis adentros -sin soltar demasiado el hilo del asunto- me acuerdo de dos terribles consejos de Cesare Pavese (El oficio de vivir) en sus tratos con las mujeres.

Acompañemos, en la intención, el vocabulario a veces críptico de Pavese, sin mencionar los consejos, que son de una dureza desagradable. Pero se trata de los consejos de un desesperado, de alguien que no quiere nada y que actúa como un caballero: sin lágrimas y en silencio. Sea. Callemos.

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