... llega sin avisar, manifestando su afición por los gestos triviales y repetitivos, de los que nos hace sus víctimas. A algunos de nosotros nos favorece especialmente, dándonos anticipos de la muerte en (la) vida.
(Nunca pude trabajar bajo presión: ni mandar a paseo la presión, /que/ seguro que /es/ la mejor forma de vencerla. ¿Por qué no se pueden aceptar los fallos e imperfecciones de uno más que en teoría; es decir, de manera falsa, abstracta, incompleta, etc.?)
Los actos del cerebro, en tanto aprensiones irracionales, o a la manera de reflexiones conscientes, obsesivas, incapacitantes, etc., distinguen el discurso nuestro (y cuánto desearíamos poder referirnos a "ellos"; o mejor, a una sustancia impersonal que nos usa como espejo, y nos da de lado cuando ya no le servimos) de la espontaneidad literaria: igual que /en/ un amor ajado...
(Parece que nos hubieran enseñado a vivir, a pensar y a escribir en las Facultades de Medicina; es decir, en los lugares de la enfermedad.)
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