(La muerte de V.)
En julio de 1999 -yo vivía en M., no en A.-, salí casi por última vez del valle. Fui, con un compañero, a un curso de verano de la UIMP en Santander, sobre la vida y obra de Borges. Uno tiene que avergonzarse de lo poco que conoce el mundo, pero así son las cosas, y además ahora no se trata de esto. Sino de que, al volver, supe del accidente absurdo de este buen hombre y honrado trabajador, un número más en las estadísticas. Pero sólo para los que no le conocían, porque el entierro congregó, verdaderamente, a una multitud y fue noticia, incluso, en la prensa provincial. Yo sí le conocía, de manera muy cercana (familiar). Alguna vez contaré (tendría, pero no sé cómo; ni si tengo derecho) un malentendido, sin ninguna importancia, sólo relevante por lo minúsculo y la lección que se tiene que sacar de ahí (paradójicamente), que ocurrió en mi casa (yo no fui el protagonista, él realmente tampoco); así como otro hecho, en el que sí que participó V., una peripecia médica que demuestra lo absurdo de las cosas: de ese episodio salió bien... para morir muy poco después.
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¿Qué lecciones podemos extraer de la pequeña memoria individual? ¿Se va a un congreso sobre Borges para reflexionar acerca de uno mismo? No, porque esto sería una trivialidad egocéntrica. Tampoco se trata de evaluar otra trivialidad de signo contrario: la constatación universal del dolor y de lo precario de la existencia.
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(Tiempo muerto)
No. Es algo muy diferente. Consiste en la demostración diaria de la abyección lingüística de unos gobernantes que, despreciando todo contacto con la realidad (teniendo la verdad en nada) se comportan como si ellos fueran inmortales, el lenguaje su herramienta favorita de mentir y nuestra estupidez ciudadana su seguro de vida fácil. Debemos templarnos, recordar que sólo se vive para el conocimiento, y guardar para los actos del tiempo presente la misma circunspección (que no excluye la piedad) que tenemos con los hechos de otros tiempos miserables y cercanos.
Quien acusa al otro, constantemente, de mentir, ¿de qué se está acusando a sí mismo? ¿Dónde ha dejado su humanidad?
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