(Dueño de su decir: persona mayor)
- (El otro) ¿Un interior-verdad? Aclare esto.
- (El yo) ¿Cómo podría? Si es una mentira bella e inútil, una forma de hablar frívola y despreocupada, un hablar que ya es un-casi-olvido...
***
Demasiado ocioso para pesar los discursos en lo que valen, y así tener que callar la mayor parte de las veces; demasiado inconstante para seguir con rigor el curso del río (verbal) y ver si sucede algo; demasiado débil para vivir -¿cómo se me puede hacer dueño de lo que digo? Tendría -es decir, en ese caso: si fuera responsable- que pensar que la verdad, la que habita en el fondo de la casa, jugando en el patio entre las macetas y las flores, como si ella fuera un gato joven, sería la verdad desnuda, sin máscaras: una explosión de sinceridad fresca que admira y enamora al viejo paseante. Lo que pasa es que éste es demasiado viejo para enamorarse... O mejor: puede enamorarse, pero sólo para gozar con el sufrimiento, ése que provocan las fotografías viejas, y las halladas inesperadamente, capaces de revolver el corazón, /de mellar los filos del alma: su agudeza al pensar, deliberar y decidir/, de manera que el donjuán viejo sólo goza en el reconocimiento de lo cumplido, celebrando los aniversarios de la misma manera que si estuviera mirando el libro de las figuras de la experiencia de su conciencia (aprendiendo ciencia para él solo: Hegel). Al llevar la vista hacia el interior de la casa, allá lejos, se recuerda la decisión tomada, la que se cifra en conocer (y nada más). Habrá quien haga consistir en esta actividad pura la alegría, pero es inhumana (Aristóteles) y requiere una fuerte vocación y una gran inteligencia que no se le dan a cualquiera (que no me fueron otorgadas a mí). A la humildad, aunque rebelde, le gusta denominar esta insuficiencia como "razón narrativa". No (se) va a ir (con ella) a ninguna parte -mina de oro: las metáforas, los descubrimientos, los textos y las obras-, sino que (se) puede pasar vacando los días: entre los discursos, comentándolos; tomando prestadas las palabras ajenas, haciéndolas circular un rato después de jugar con ellas entre las manos, antes de devolverlas a su destino y esencia ajenos: algunas tienen el color de la miel y vienen directamente del tiempo renovado o del paisaje renacido.
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