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22 de marzo de 2007
Protección
Escasamente dotado para la vida activa, te tienen que surgir situaciones de obligada demostración quijotesca: defendiendo a las damas de los borrachos, a la manera de un dontancredo. Se sabe, entonces, y no deja de ser una sorpresa en el cálculo de tus cualidades, que si bien eres fundamentalmente miedoso, esa circunstancia no impide que demuestres poseer, a la misma vez, sangre de serpiente. Te conocías a ti mismo como reaccionario, justiciero e incapaz de perdonar la grosería de los hombres hacia las mujeres. Preferías pasar por estúpido y callar, antes que exhibir tus derechos de miembro de la especie humana defendiendo argumentos delante de ellas, si se daba a entender que era contra ellas. Cada vez que lo has hecho te has tenido que arrepentir, pensando para tus adentros que eres un canalla. Ahora has sabido que eres un cínico, que el quijotismo no impide serlo, que todo depende del escepticismo: defiendes los modos del estratega, no los del gallo de gesto rápido, altanero y bufando el pecho. Si debieras calcular en estos casos, habrías de tener en consideración que no logras así una conquista sino una buena amistad. Te libras, después de todo, doblando el cinismo, imaginando que ni siquiera se logra eso (¿se pretendía?), recordando -no es el caso, pero se piensa- las poses ridículas que reviste en la memoria la sangre exaltada del caballero: un tipo con barba y tripudo; ahora las bellas adoran el músculo de dudoso origen gimnástico; tú, sin embargo, eres el candidato perfecto para que te den una paliza.
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