25 de marzo de 2007

Existencia

Un ensayo de autoficción en la era electrónica.

-¿De veras? ¡Qué valiente! Te salva el descreimiento más absoluto que exhibes, ver que el abandono no es una pose que hayas adoptado, sino tu vida futura, el proyecto de nada: así vives en lo abierto, tú, al que vuelve loco la ironía.

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¿A quién pertenece la autoría? ¿Los derechos correspondientes? El que no sabe lo que es (jurídicamente) no conoce tampoco de quién es realmente aquello que /se/ escribe.

Ha claudicado frente a fuerzas mucho más poderosas -entre ellas, las de los de los intérpretes de una ley lejana, si bien conformando, ellos, sólidos bloques de escritura: los códigos legales, los comentarios que vienen después: ¿cómo habría de pensar que la lengua le pertenece en algún sentido? No comprende casi nada, olvida casi todo, confundiendo invenciones con descubrimientos.

En ese caos se localiza su felicidad mínima: objeto de la ciencia de los otros, objeto para la ciencia de los otros.

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(Lecturas)

Hermann Tertsch, La venganza de la historia, 1994:

El periodista introduce su crónica de la locura yugoeslava anotando el sinsentido de un "fin de la historia" (Fukuyama dixit), pidiendo la cordura de los textos que han podido superar el tiempo (Nietzsche, v. gr.).

Los tiempos de destrucción (del comunismo, en este caso) constituyen posibilidades para el optimismo más desenfrenado: sociedad abierta, liberalismo, capitalismo. La venganza histórica, es decir, la vuelta de los fantasmas del nacionalismo y la violencia asesina de otras épocas (lo impensable para la mentalidad lineal, olvidadiza, del hombre del progreso), desmienten, a los ojos de Tertsch, la apreciación positiva del futuro (circa 1990), como si fuera una actitud infantil de personas superficialmente ilustradas -diríamos.

Apliquemos al periodista la misma regla: su texto de 1993 (primera edición en Elpaís/Aguilar) también es prisionero de su tiempo. Porque Fukuyama comete un error táctico (no viene la utopía de la libertad con la caída del telón de acero), pero no es ningún ingenuo: su fin histórico representa una lectura hegeliano/marxista de los sucesos (algo que Hermann Tertsch no parece comprender). En ese sentido, nos dice acerca del fin de las cosas conocidas hasta ese momento histórico.

Años después (ahora, 2007), ¿cómo habríamos de nombrar el presente? ¿Constituye una continuación histórica? ¿Una repetición poshistórica de los errores? Entiendo que una respuesta afirmativa a la última pregunta podría ser coherente con la idea de Fukuyama.

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