30 de marzo de 2007

Historia y moral

(Hermann Tertsch, La venganza de la historia)

Ernst Nolte como historiador revisionista, según Tertsch: no es la impresión que produce la lectura de su monumental La guerra civil europea. La formación de Nolte es filosófica, y no me parece que su afán de conectar el bolchevismo y el nacionalsocialismo sea ajeno a la búsqueda de inteligibilidad en el curso de los sucesos históricos. De hecho, no sé qué otro camino (en el sentido de un método, y de una meta) puede emprender la filosofía, una vez que se descree de los grandes relatos apriorísticos, teológicos o secularizados. El trayecto alternativo que un cerebro modesto, y que sabe que no va a llegar a conocer, puede escoger será el de la descripción empírica: un viaje histórico en el tiempo, que no se diferencia -fundamentalmente- de las expediciones geográficas que abren y a la vez delimitan el espacio de la civilización. (Un principio de amor político está en el origen de tales tentativas por quebrar las distancias.) No se necesita suponer una bondad humana sobre la que se yerguen misteriosamente unas doctrinas diabólicas (el fascismo); ni suponer -por el contrario- que la bondad pertenece a la atmósfera de los principios, y que lo errado es el hombre concreto, para esa antropología pesimista que gobierna vergonzantemente en la idea comunista (el hombre potencialmente amo-esclavizador).

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La falta de inteligibilidad, lo para mí impensable, está en el doble decurso, teológico y mundano, de la historia, según el Fragmento... de Walter Benjamin, en la reunión final de mesianismo y felicidad, aquello que desuniendo reconcilia.

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