Vivíamos en una casa desamueblada y fría en la que había entrado el temor. Los dos esperábamos una palabra del otro, para quebrar el odio que parecía venir de las paredes. Esto era así hasta cuando estábamos en la cocina de piso de tierra. Miraba ansiosamente sus espaldas, siempre pegada al fuego, calentándose. Nunca se decidía a volverse, ignorando si yo entraba o salía. Como nota discordante de este silencio casi inhumano que nos envolvía recuerdo, igual que si fuera de ahora de ahora mismo, la entrada de aquel muchacho que vendía participaciones de lotería (los últimos meses de 1983). Cuando ella se giró hacia la puerta, miró al chico y aceptó dolorida el billete, diciendo al hombre que le pagara, el muchacho alcanzó a comprender que aquella mujer estaba a punto de morir.
Él era yo, yo soy el hombre con su misma torpeza. /Sigo siendo pobre y niño./
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