15 de marzo de 2007

Ventanas

¿Quién podría suscribir estos párrafos de impúdica inmadurez afectiva? Puesto que la lengua precisa de hablantes, deben haber sido dichos:

"La frase que yo he perdido, la Única, crea para mí una referencia mínima. Satisface una necesidad poética, recubre -calmando- el hueco, un dolor...

Al rebajar las exigencias, convinimos en frases recordables. A un progreso tal lo conocemos con el nombre de objetividad científica. Proporciona un tipo de sociabilidad abstracta que también se acuña en moneda.

La reducción de las necesidades poéticas dio a luz un valor común.

...

Como he asistido -en primera persona- a las lecciones de escepticismo de los años sé de la utilidad o conveniencia del lenguaje de uso. (Y que las consecuencias me deben alcanzar.)

Esta tarde, sentado demasiado lejos de la ventana, miro a los transeúntes que pasan. Sólo podría tener un deseo: participar en el abrazo -clamor, unánime- de persona, mundo y relación. Pero sé igualmente que no puede ser, que escribir no es ser feliz. Escribir es vivir desde afuera: una contradicción."

Le libraría -moralmente- el olvido de sí mismo, encontrarse con los vecinos y hablar con ellos, no tener intención de contar a continuación lo que ve, dejarlo ir hacia el pasado, llegarse él a su presente, confiar, dosis saludables de optimismo...

Diciéndole -me es tan próximo- que todavía puede salvarse, pienso que todo está ya decidido: veo que él lo tiene claro, aunque yo no sé en qué puede consitir eso que tiene claro.

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