Un hombre sin reloj, ¿es menos hombre? No, sólo que ha perdido su reloj, la pequeña herramienta que le esclaviza, aferrándole sus sueños. Deja que el tiempo se lo mida el sol, incidiéndole en la piel, en cada uno de sus poros, en las caras de los que se asoman a los balcones y de las muchachas sentadas en las terrazas. Marzo da su calor, reuniendo a vivientes y desaparecidos (pues no nos olvidamos de ellos) en una misma celebración gozosa de los hechos.
(El cuerpo, agradecido por un tiempo, despreciando insolente lo que a su edad le conviene, anhela desnudo y mar; la belleza -no sujeta- de la inocencia.)
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