16 de marzo de 2007

Crónicas de la hiperestesia...

...si el tiempo midiera los relojes.

Porque una enfermedad de la sensibilidad, una inflación enfermiza, debió desencadenar la escritura subjetiva. Toda escritura lo es, con independencia de sus objetos...

Permanecer atento, más de lo conveniente, al movimiento de los sentidos, a la manera de una conciencia que se ciñe al cuerpo -del que la conciencia debió constituir su frontera superior, su rebasamiento-, bloquea las fuentes de la alegría: la casa permanece siempre en los cimientos, a causa de la inseguridad que sienten los futuros moradores; hasta que no llegan a existir ni los cimientos, sino la idea de los cimientos y el miedo se adueña de tu tiempo. Quien dice la casa, dice la idea de una ciudad: una morada común que suma a lo cerrado y doméstico lo abierto y público. Inventar una ciudad requirió un valor del que nos parece difícil -hablo por mí- hallar un equivalente o un concepto. Los emplazamientos que conocemos de ahora como nuevos son imitativos, o dependen de un proyecto arquitectónico: la misma diferencia que existe entre la escritura y el comentario de la escritura, entre la vida del cuerpo y su autorreflexión venenosa.

***

Semanalmente aprovechan su tiempo, /electrizan los nervios del suelo/, desparramándose por el territorio, leen más de una página del libro (según rezan los azucarillos, ocasionalmente, que dice San Agustín), del mundo y de la vida. Vale, pero también convienen las notas a pie de página: la obra ingrata de la imaginación sedentaria, adorando a distancia las rutas cordobesas, la vida provisional en los hoteles; el trayecto hasta Barcelona, el mar y sus orillas. (En algún lugar me agradecerán esta oración como se agradece la oración del solitario.) Imaginándolos, sé que los ojos conocen la alegría sin intermediaciones, leyendo la letra viva del mundo: así renacerán las ruinas de Cartago, anticipadas hoy en el restaurante.

***

Sea tu imperativo de la tarde gloriosa no pensar demasiado, dejarte ir: disfrutar de los errores como si fueran la sal de los días; quitarte la máscara de seriedad. Pero si sufres habrás de decirlo y apreciar el invento sacerdotal de la confesión, cruzado en hora milagrosa con la escritura -el pensamiento de las manos.

No hay comentarios: