15 de marzo de 2007

Un laberinto

Seguí soñando: el hombre pensaba en su mismo miedo cuando se enteró, si es que lo dejaron enterarse, si alguien se ocupaba ya de estas cosas, de decir la verdad a los humildes, a los simples. Esto se puede hacer poéticamente y por esa razón nunca se les pudo engañar. Se les podía comprar, porque también eran pobres y necesitaban comer, pero podían señalar, con gestos cordiales, dónde estaban las palabras verdaderas. El médico debió decirles que algo no iba bien, hasta un niño podía darse cuenta...

Seguí soñando, ahora yo o él, mirando dentro de las habitaciones polvorientas por ver si salía de allí alguna palabra de reconocimiento o de calor, recorriendo los pasillos de los que sólo merece recordarse el frío invernal y el bochorno del verano, saliendo de la estantería, de los libros y desde detrás de los libros...

***

(Carácter obsesivo)

La expresión que he olvidado, sólo dos palabras en la punta de la lengua (una idea a punto de nacer), temiendo perderlas, creyendo que si las recordara tampoco se iría la belleza del cuerpo de las mujeres: las líneas suaves de la vida, arriba en los hombros y en al cintura, al mirar la espalda, dando las gracias los ojos -traicioneros, recatados.

(Lamento no olvidar que olvido; me gustaría pasar a otra cosa, vivir de nuevo, hablar por primera vez...

Sueños particulares y enfermizos configuran categorías analíticas de tipo biográfico: la destrucción heideggeriana de la metafísica, a partir de la dialéctica olvido/rememoración.)

***

¡Cuántas cosas se han hecho jugando con las palabras. A éstas les gustan las figuras, se van de su lugar natural buscando otros significados. Si vuelven pronto de la excursión los bienpensantes se tranquilizan, achacándolo a la moda.

Una vez las palabras fueron demasiado lejos. ¿A qué nos referimos nosotras? No nos referimos, sólo jugamos -eso se acabaron diciendo, y descubrieron sin pretenderlo una referencia móvil. /Pasaban las cosas dentro de un sueño protagonizado por fantasmas./

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