Vuelve la pequeña felicidad diaria, el trabajo, el reconocimiento de los hábitos/la costumbre de verse; un bienestar modesto y ordenado que sabe a limpieza, distracción, olvido. A salud, porque no se está demasiado pendiente: la enfermedad es la conciencia del tiempo...
De nuevo a la ciudad, por carretera, recorriendo los aeropuertos, traspasando las puertas de embarque... La amistad se reúne y regala novedades. El mundo se hace un poco mejor o soportable, aunque el mundo no se hubiera ido a ninguna parte. Estaba ahí y éramos nosotros los que estábamos en espera. ¿De qué? De algo.
Dejamos el eclipse rojo de la luna, la locura momentánea de su cara, hasta 2029... Así lo dicen los informativos, aunque no se deba creer demasiado en las noticias que se van diciendo, pues aún no somos demasiado mayores para distinguirlas de los rumores, o de las supersticiones.
...olvidamos el paso dificultoso de los borrachos por la calle (tropiezan o se hacen los encontradizos, porque quieren compañía), las caricias de las parejas en los bancos... Sin embargo, no se dejan de lado los pequeños deberes hacia los otros. Se tienen en la conciencia, una obligación que uno (yo) se ha impuesto. Cumplirla no le hace mejor, incumplirla le haría peor. Por lo menos así se cree.
***
Se escribe: pues yo no escribo.
Discurrir, fluir, vivir: constituyen actos de la lengua. Se produce un encuentro o no se produce. La lengua, en eso, atrae igual que el amor: éste también constituye un suceso impersonal, intransitivo, una necesidad.
Se escribe guiado por el mismo azar de las palabras que se escuchan en los parques, de las risas infantiles y de los abrazos. Lo que podría no ser, se revela en un momento como lo único necesario: tiene la fuerza de la verdad. (La verdad corresponde al hecho, pero es porque el hecho se impone.)
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