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2 de mayo de 2009
Recuerdo que yo anoche ...
... estaba cansado, muy cansado y sombrío, y que va uno por la carretera oscura quizás demasiado lentamente y quiere ir seguro. Aunque eso no se sabe y a lo mejor conviene pisar un poco el pedal del acelerador y centrarse en la conducción solamente. Pero no era mi caso porque yo conducía y pensaba. No sé si a alguien le habrá ocurrido cosa igual, lo de conducir y pensar. A mí era la primera vez, y por esa razón tenía que ir tan lento. Cansado y sombrío, maduro y expectante nuestro ser, pero no porque espera nada, o justamente porque lo que espero, positivamente, es nada. De las resoluciones firmes que toma el pensamiento librado a sí mismo, como por una especie de automatismo que se acompasa con el runrún quebrado del diesel viejo de que gozo, de la firmeza ganada por un don, gracia, inspiración, etc. que a mí me vino en un kilómetro indeterminado del trayecto en la noche más negra, pues debían ser las doce y se acababa el mundo de ayer, se terminaba para siempre y lo que vendría iba a ser diferente, puede que parecido pero otra cosa, puesto que el mundo aborrece lo siempre igual y ama las flores nuevas para su sol renaciente, nada ha quedado. De las resoluciones firmes, comencé a decir y quería decir. Me avergüenzo de lo que pensé, pues mi memoria frágil, muy frágil, hasta la preocupación, para otros asuntos de la diaria intendencia, lo que lleva a la desesperación de los demás y no saben estos mismos cuánto me desespera a mí y que no es una frivolidad mía, no se recata nunca en recordarme aquellos de mis pensamientos y hechos a los que conviene la etiqueta de la culpa y del ridículo. Más dolorosas sus impresiones (el sello, la etiqueta) porque en general no llego a los hechos sino en la parte del preámbulo que lo acaba todo puesto que uno ha conseguido, ab initio, de una manera magistral, hacer el tonto. En eso si está uno doctorado. Ay!, lo que pasó por mi cabeza, exabruptos de primeros de noviembre y de otro tiempo, ideas que podían vivir en lo oscuro de la noche, conceptos cuya verdad, ahora que ha amanecido, yo no puedo asumir igual o no debo, pues vivo en un mundo y en ese mundo yo soy muy débil, muy débil no solamente en la memoria. No comprendo casi nada y no sé comportarme. Me disculparán, si quieren, por lo ingenuo, y al girar su cara para que yo no les vea y apiadarse de mí, esbozarán una sonrisa de perdón que si yo la viera me haría daño y ellos saben eso y por eso actúan así, a escondidas su cara de mis ojos cuando hablan de mí. No me importa. Pues realmente creo que soy bueno. Así que no se me han olvidado mis intenciones, aunque ahora es como si les hubiera dado la vuelta, para avergonzarme de ellas, y también a esa violencia de mis ocurrentes pensamientos, impropios para lo moderadísimo que soy en casi todo, que consiste en querer jugarlo todo a una carta (como si yo la tuviera!), pero no para ganar, asunto innoble y estúpido para cualquier ser que pretenda tener clase y dignidad, sino porque sí, porque no hay otra obligación que ésa y lo demás da igual. Así, se me ocurre imaginar o recordar, este mundo es tan lejanísimo, en los consejos que en otro tiempo se daban a las mujeres a las que se amaba absurdamente (hoy la tecnología ha acabado con estas delicadezas, engrisecidas las confesiones a golpes de síncope y apócope en redes sociales y sms)… No había desprecio ni rencor, ni nada parecido, en pedir que te fueras, pues ninguna esperanza habías tenido de que te quedaras. Ese consejo para tu irresolución, que no podía esperarse de uno (perdona que me esconda en los pronombres, que a posta quiera confundir con ellos: ¿yo?, ¿tú?, ¿nadie?), era para mostrarte con brusquedad lo imposible: que a uno mismo lo que tú, o quien fuera, hicieras, lo que cualquiera decidiera, a mí me iba a dar igual. Pero hemos dado la vuelta a este tono inadecuado y de él no permanece esta mañana de luz suave, pájaros cantarines y oídos que zumban otra cosa que unas letras que se esconden, de una voluntad de poder indigna y fingidora, que hace los gestos de una pelea a vida o muerte para esconderse.
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