Un mes de mayo decides cambiar, al no gustarte ése que va contigo como un espejo unos pasos por delante, con lágrimas que asoman a una edad prohibida. Te dices que eso no puede ser, que hay muy pocas cosas que valgan la pena, muy pocos incondicionales de donde puedan manar imperativos.
Pobre hombre, Poor man, Pauvre homme, incapaz del supremo gesto del desprecio que consiste en ignorar. Ignorar no representa un no saber, sino un no querer saber, un poder de decir no y no un defecto, si cogemos gramáticas nietzscheanas.
Contigo va siempre la compasión, aunque tú no quieres que a ti te alcance y debas morir en el intento, de lo más infamante, que es una muerte natural sin campo de batalla. Quizás con la compasión venga el amor y sea una flecha que a ti te alcance y que tú no dispares. Bah, qué más da! Te sobra con que cumplas tu deber, sufriendo el corazón de lo que no sabes, de la falibilidad de los juicios. Incluso de los errores que comete tu piedad. En este punto ya te has vuelto cristiano de nuevo, devuelto de las cimas del cinismo.
No te gusta tu sombra, pero es verdad que de noche no hay sombra más que en tu cabeza, igual que no hay otras realidades que te imaginas más que en tu cabeza, van tus dudas nada más, silenciosas, sin música del mundo que a esa hora te distraiga, un coche o un balcón, un niño o el anciano del pijama que te saluda por las calles de tu ciudad pequeña. Poor man, maldito melancólico en cualquier idioma de los muchos que desconoces. Te salvó ayer el asomo de piedad. Mucho mejor hubiera sido un beso. Te salvó que quisiste darlo, a una mujer que sufre sin merecerlo. Nadie merece el sufrimiento, aunque los malvados se merezcan una retribución en especie proporcionada. Hay tantos malvados! Tantos rostros risueños que traicionan…
Pero deja el rencor que no te va, agárrate al viento generoso que por un momento te rozó, a la crispación de la carne y la debilidad humana, que son todo contra tanta mentira abundante en palabras, contra esos revestimientos de la tontería con que los seres hacen como si nunca tuvieran que morirse y esta no fuera una raza de perdedores. Yo lo sé, que somos de una raza sufriente, que se equivoca sin remedio. Yo lo sé: de la raza de los jóvenes muertos en su flor sin comprender, de los ancianos que todavía no han comprendido, de mí que los recuerda sin saberlo en una calle sin pasos y sin hombres, cuando comprendo que poco es lo que soy y, como tú me dices, qué poco nos queremos…
Que quede constancia de estos asuntos pido nada más.
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