... Pocas como la del hastío, la vaciedad interior, lo que no llega al aburrimiento porque la angustia remanente no te deja bostezar, las de las tardes sin música, las de las tardes sentadas (no tú, sino el día)...
El mundo parece otro. Sin que nos engañemos, porque sus elementos siguen siendo los mismos, y nuestro lugar en él -en su intrincado sistema- no ha variado. Pero artificialmente es como si lo hubiéramos empequeñecido y puesto ahí delante, un objeto pequeño en la mano. ¿Era esto? -nos preguntamos. El mundo se limpia, salta el polvo depositado. En nuestra alma, nuestra alma es el mundo. Puesta ahí delante sobre la mano. Y ahora... ¿qué?
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