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29 de mayo de 2009
Fides semper
Me gustaba formalizar porque no sabía para qué y tampoco tenía talento. Se es un espíritu bastante ilógico, a veces se duda de que se sea (entonces nos acordamos de D.). Está ahí el mundo con sus oraciones informales y llega uno con el bisturí a poner orden, a establecer secuencias, a desvelar relaciones. Quizás, si hay suerte, al cabo encuentre un Dios que dé sentido, a la serie y a la tarea, deshaciendo el sudor con el que fuimos castigados hace una eternidad. Pero sucede que me he dejado el libro de cubiertas rojas en el lugar de trabajo (como si esto se pudiera decir todavía en tiempos de bárbaro posthumanismo), y que los ejemplos maravillosos de la sentencia de Wittgenstein, así como la traducción que hace Jorge Guillén de un verso de Paul Valéry, el cual también figura, duermen sin que yo les pueda hacer la caridad de mostrarlos. No la necesitan, de acuerdo, porque ellos son eternos y yo un amanuense desorientado y escéptico. Sin embargo, a mí sí me vendría bien su c(l)aridad. (Están hacia el final de la Introd. a la lógica formal de A. Deaño.)
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