Estoy cansadísimo.
Llevaba razón el Filósofo: el ser humano trabaja por mantenerse.
… y de lo tercero no me acuerdo. Acabo de recordar, y lo escribo como si el recordar fuera en mí o en alguien más memorioso que yo un acto que se decide y no un pequeño milagro que no se termina de merecer, en si esto tercero olvidado no será una de las necrológicas, aunque su muerte fue hace ya tiempo (¿un año?), que vienen hoy en La voz de A. Un hombre que conocía de vista y de oídas, y con el que no sé si llegué alguna vez a hablar. Delgado, pelirrojo, de mediana altura, empleado en Arb. Como al ver la foto me ha venido su imagen viviente a mi cabeza, aquí lo pongo.
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¿Nada que ver?
¿Debemos arrepentirnos de lo que decimos? Sí, en la medida en que haya el menor asomo de fanfarronería, aunque fuera involuntaria. No, en caso contrario. Lo que decimos, entonces, dice de lo que somos. La seguridad total al respecto: imposible. Queda lo escrito, una vez que el contexto ha sido olvidado. Criptograma-verdad.
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Buena parte de las veces nos equivocamos, y nos podemos equivocar muy gravemente, a causa de un error muy sencillo de ver: la incapacidad de mudar de nuestro sitial, desplazarnos, ubicarnos en el lugar del otro, sustituir nuestro punto de vista por su punto de vista. Ejercitando la nuestra, a través de este sencillo procedimiento imaginativo consistente en transferirnos desde aquí hasta allí, podemos descubrir lo esencial, esa santa voluntad que dice sí o dice no y no hay dios en el mundo o fuera del mundo que sea capaz de sujetarla a legalidades fenoménicas, controles de laboratorio o matemáticas certidumbres.
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Yo sé muy bien que esto que escribo amargo ha de ser, con el tiempo, que calibra los vinos. Que cada vez que dispongo las fichas sobre el tablero y me imagino que soy quien rige el juego, estoy erigiendo para mí un pequeño gólgota, una cruz y una senda de extravío.
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