Uno de mis defectos, de la larga lista, es el dejar los trabajos que emprendía a medias. Acaba uno comprendiendo que esta forma de ser es un destino. Que lo iniciado, a mí, que no soy nada aventurero y me asusto por cualquier cosa, lo tengo que dejar porque ha empezado una guerra o porque hay facturas sin pagar. Justo cuando pensaba que ese trabajo de investigación iba a ser concluido. (Me ocurrió hace tantos años que ya casi lo he olvidado.)
Soñé que me internaba en un bosque, y que al cabo del camino había un río. Yo ahora lo quiero recordar tumultuoso, a la manera de un torrente que desborda y aniquila lo que encuentre a su paso. Pero si soy más fiel al sueño sé que lo que encontraba al fin era un cauce sosegado, al borde del cual descansar y conversar con los amigos posibles. Yo los veía sonrientes y bien dispuestos. Luego, en el tiempo del sueño, y sin saber la razón (conozco que no hay que interrogar a los sueños por sus sentidos) veía que yo, mi cara y mi persona entera, asomaba entre montañas bellísimas, tranquilas también y cuajadas de rosas. No había nadie más, el silencio era puro. Me quedaba un momento allí admirado, en ese fragmento de mundo que no sé por qué, supongo que por el color soñado y las suaves formas, los restos de nieve (¿nieve entre rosas?, ¿un cálido blanco en este mundo de plástico?), se me antojaba bastante joven. Yo ni los sueños los tengo ya sosegados. Habló alguien, desde un lugar que no veía y se me olvidó el río o la promesa del río, hasta las montañas se volvieron agrestes y unas nubes negras asomaron. ¿Desde dónde? Quizás este sueño que recuerdo ahora me produzca la misma desazón que habita en todos los de su clase: saber que siempre que nos internamos en el bosque queremos dejar una huella imborrable, unos pasos como hechos de piedra, una sonrisa o un temblor de la tierra (¿hasta de los cuerpos?), pensando que nuestro valor se merece un par de besos de reconocimiento (no más), pero que siempre, en lo más dulce del sueño viene el despertar, los deberes del mundo y de nosotros con el mundo. Imaginamos que queda mañana, que nos visite la escena del camino y un torrente entre montañas furioso (aquí me dejo llevar por los cuadros románticos de Friedrich et al.) y tantas cosas más que no entendemos.
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