28 de mayo de 2011

Platónic@, Justificación

El arte existe como representación (mímesis, copia, etc.) de algo. Si el algo consiste en una idea o concepto, en algún tipo de objeto del pensamiento que no existe en este mundo que vivimos, gozamos y sufrimos, entonces ese arte que viene de ahí, de querer plasmar el mundo verdadero (ideal), tiene plena razón de ser, su carta de ciudadanía entre los otros trabajos; y no se diferencia sustancialmente de la filosofía, que también se ocupa, que solamente se ocupa (siempre según el sabio ateniense) de cosas que no son de este mundo, y que no puede ver el alma más que cuando se abstrae. Y ahí está el peligro, en que el arte sea abstracto e incomprensible: en la medida en que el artista está mirando a otro mundo. Para evitarlo, lo más sensato es partir de las cosas de este mundo que mejor nos apuntan o dirigen nuestra mirada hacia el otro. Pero no hay que pintar bodegones, ni camas (Platón dijo, y condenaría por ello a Van Gogh) sino aquello que suscite mejor, merced a la dignidad que sospechamos en ello, el recuerdo de otro lugar, al que verdaderamente pertenecimos, antes de nacer, y al que volveremos algún tiempo después de no ser... si nuestra vida ha sido justa. Nada hay más digno en el mundo, que el hombre, puesto que posee alma, y ésta no es de aquí. Por eso estamos siempre disconformes y anhelando (seres deseosos, ansiosos, en última instancia desesperados). El cuerpo, a su turno, posee su propia dignidad: en la belleza, aunque no sólo, pero nada más que como recordatorio de que la presencia física, en la medida en que nuestros ojos se dirigen a ella y se fijan en ella, también se refiere a otra cosa distinta: la armonía de las formas, el orden del mundo, una belleza del todo que Platón acaba identificando con la presencia de un Bien al que sólo le hace falta hablar para ser Dios.

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