27 de mayo de 2011

Pavesian@

Un triunfador no escribe un Diario. Éste solamente lo escribe un ser infortunado, alguien que se liga al mínimo y sonríe. Se levanta, come, duerme, hace como que convive. Un triunfador nunca cuenta nada que valga la pena: asienta sus derechos sobre las miserias o servidumbres ajenas. La función del diarista, por contra, es positiva. Si no fuera alguien infortunado, ¿de qué le íbamos a leer? Siendo como es lo que nos aporta nos tiene que parecer sumamente interesante: por contraste con lo que nos va desgranando conocemos lo afortunados que somos nosotros, que somos distintos del diarista. No hace falta que seamos triunfadores, basta con que no seamos él. Todos estamos en el juego: estamos en la cima, en un punto medio o en un abismo que todavía puede ser anotado. Un abismo gris, no te vayas a creer. Un diarista no es un muerto, ni siquiera un zombi. No es nada más que alguien que se agarra a la vida en secreto, al que la vida o la muerte al fin le derrotan. Lo sabemos después, cuando la editorial publica el texto del caído.

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