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1 de mayo de 2011
Distingos de buena mañana
Pienso que la franqueza al escribir (demasiada franqueza, estilo llano, verdad que transparece) constituye un recurso fácil y un error que se acaba lamentando más temprano que tarde. Con las pasiones (y más con su residuo edulcorado: el sentimiento) se me antoja que puede suceder algo similar. En la vida no escrita, en la vida que se viste de diario, la libre expresión de la espontaneidad, en lo que se piensa y nos afecta, en lo que somos si así lo queréis, puede desempeñar un papel de primer orden en la economía de nuestros actos. Obligado es actuar y no andarse por las ramas. Ya rectificaremos, si se puede, si nos dejan. Exactamente por esa razón no debemos precipitarnos, caer en la escritura, en el testimonio directo de nuestro movimiento anímico. Aparece un océano de dudas (vaya el tópico). En ese caso lo de menos es lo que piensen los demás (siempre podemos salir por la tangente del fingimiento) sino el inconveniente espejo que nos plantamos delante de nosotros, y que daría igual que lo que sentimos estuviera escrito en piedra (puesto que circula por la red y eso es imborrable; como una nube que no olvida, que no pierde nada y que no se agota ni con la muerte). Guarda cuidado, pues.
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