Embriagados, entusiastas por haber descubierto el oro del pensamiento, santificamos la presencia de este don en el hombre, dándole el nombre de Voluntad (haciéndonos a la idea, quid pro quo del que se alimenta la historia de los sistemas de pensamiento) y erigiendo obeliscos fálicos a la Razón Práctica y la Libre Empresa (blasfemia, blasfemia!, prorrumpen las comadres). O lo emputecemos, dándole el nombre de Motivación.
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No sé por qué no existen timbres en los Conservatorios de Música. ¿Es que éstos no deben parecerse a fábricas?
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