Paulina Lavista sobre su marido:
Vivir con él era completamente diferente que ser su novia. Yo no había vivido antes con nadie más que con mis padres y la aventura se planteaba asaz difícil, pero fascinante. Estaba yo deslumbrada, no, no había tormentos chinos, había una gran disciplina, Salvador era ordenado y responsable, llevaba un orden casi militar, no se le podía mover nada de lugar porque montaba en cólera, era romántico, celoso, iracundo, nervioso, tímido en cosas prácticas, simpático, risueño, sentimental, ocurrente, puntual, flojo a veces, otras borracho, difícil, exigente, crítico agudo, obsesivo, macho mexicano, le gustaban irresistiblemente las mujeres, amaba a los animales y a las plantas, el paisaje mexicano, comía chile chipotle, tacos de carnitas, chapulines, sopa de fideos y fumaba, a veces, mariguana, usaba paliacates, zapatos ingleses y tweed irlandés (“el Harris tweed es la base, mamacita, de un buen saco”, me decía), lloraba con la poesía y sobre todo era un escritor...
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