No hay nada que no se solucione con dureza. Se puede. Si tiene solución, naturalmente. Según la tercera máxima de la moral cartesiana (¿por qué se lee si no a los filósofos, si no es para la applicatio personal?): vencerse a uno mismo, ya que sobre otra cosa no se tiene ley, ni poder ni influencia.
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Programa para hoy: Mark Twain, Wittgenstein, Rilke, Pessoa... No está mal, ¿no? Al menos como idea.
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Yo no lo sé, la verdad, pero pienso que tiene que ser algo horrible tener que olvidarse de alguien, porque sí, porque la vida es así y a la fuerza ahorcan y nada más y a otra cosa... Tienes que olvidarte de algo o de alguien... sin maldad, como un hombre. Aunque la mayor parte del acontecimiento transcurra en el interior de la cabeza de uno, sus efectos resultan visibles. Lo notan ellos; que lo soportan mejor que tú, es verdad.
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Te salvas de lo vivido por lo escrito (un texto sucedáneo). Entonces, lo escrito forma parte del problema. Se querría guardar silencio. Pero esta tentación -de sirenas que piden que calles, que las sigas- no te la puedes permitir.
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Te salen frases que son verdad: pero luego no sabes comportarte en la distancia corta. El lenguaje consiste en lejanías.
Te salvas o te escondes en el bosque silencioso de palabras de la pantalla: tu pluma no rasga ningún papel, sino que es el motor de electrones de la torre del ordenador el único sonido con que se regala tu alma.
Cuánto se ironiza mezclando espíritus con IA. Lo cursi, también, te empalaga pero de frío, conociendo que no hay mayor desesperación que el de las doncellas a las que no les llega su hora.
Pero me es completamente indiferente: el lenguaje es libre, y los estilos actuales de ser, de hablar y de existir, abominables.
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Le digo a quien quiero, a quien deseo contárselo, que guardo silencio, que solamente entablo conversación conmigo y hacia dentro, y que no me gusta lo que se habla. Así se comportan los hombres, con una brutalidad absurda y una querencia al hundimiento propio que se paga muy cara. Es tu derecho de hombre, que vale para ti y para nadie más. Que en algún caso es mejor hablar, aunque éste consista en lamentos cotidianos (pero yo sé que no sólo). Así me salen frases verdaderas e inoportunas, y me gustaría pensar que regalo belleza a los oídos: entendiéndola como un calor que se pega al corazón ajeno, como un manar impropio del frío que yo siento y que se llama angustia.
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