1 de febrero de 2009

La inocencia en el mal

Muy al principio de El forastero misterioso, se presenta el mago a los jóvenes en el bosque. (Los claros son idóneos para las mostraciones, para las verdades. El desocultar, la verdad, debe de ser como salir del bosque al claro; ganando libertad de paso, si en la oscuridad enmarañada se tiene miedo.) Como tal, el mago, al que denominamos de esta forma por su capacidad de quebrantar las leyes naturales, atribuyéndose la habilidad propia de un divino creador, como tal, digo, el mago realiza pequeños experimentos de sus maravillosas facultades: hace salir del barro inanimado pequeños seres, que se comportan de forma idéntica a sus mayores en tamaño, aquellos que nosotros conocemos; es decir, la verdad para los jóvenes del bosque hasta que han conocido otra verdad, como una segunda revelación de un extraño creador que les ha elegido. En un determinando momento, el diablo (sí; éste es el mago) es actor y quiere sus crescendos, da vida a pequeños seres humanos, y les concede herramientas para que construyan una pequeña ciudad. Hasta aquí todo bien. Escépticos moralistas, pensamos que algo así debe ser la humanidad. Los manejos ocultos de otro o de algo (llámalo genoma), antes que un contrato social que seguiría dejando sin tocar el misterio de la existencia. Pero llega un momento en que los seres humanos inventan sus pendencias. El diablo los castiga con la muerte. A continuación aplasta igualmente a los que lloran (son humanos al fin y al cabo) la desaparición incomprensible de sus conocidos. Todos están recién creados, pero los seres humanos se acostumbran muy pronto a la vida y les parece lo natural.

Aquí está la moral. Aquí está el problema de la moral. Quien ejerce de señor puede manifestar perfecta indiferencia y arbitrariedad hacia sus siervos, dándoles vida y también muerte. Sin motivos personales, porque sí. A los dominados la muerte les viene igual que la vida. Serán los seres intermediarios, en este caso los jóvenes del bosque, los que inventen el juicio. Actúan de observadores, desde fuera todavía. De alguna manera tienen sus reglas de proporcionalidad y las aplican. Les están enseñando unas nuevas, son jóvenes y pueden aprenderlas. Sin embargo, todavía no están convencidos acerca de la validez del cinismo social.

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