Cogí el coche esta tarde, poco antes de anochecer, mi modelo del 99 que ya apunta a desvencijado. Conduje cuatro o cinco kms. por una carretera en mal estado que ningún ayuntamiento arregla. Quería hacer unas fotografías. Había olvidado que los almendros ya habían florecido, que la naturaleza cíclica y renovada nos presta de año en año, a nuestras mentes y pieles agrietadas, la ilusión de juventud. Los ojos envejecen, la mirada vuelve al mismo sitio. Se es de donde se nace. Lo entiendo así en cuanto cojo el coche, en una mezcla que casi llega a las lágrimas, de melancolía que recuerda y naturaleza viviente. Almendros en floración: tienpo que se sale de su línea termodinámica. Quisiera creer que no es uno el que siente.
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Como no se sabe, en rigor reflexivo o circunspecto, lo que se dice, se temen sus repercusiones. Una de ellas es la consideración de que el infierno es una cárcel circular encerrada en la mente: una vivencia continuada en algo que no existe. Si solamente existe, dicen, el cerebro, al que da la casualidad de que le faltan ciertas drogas en la dosis debida. Ps. Leer a Styron.
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