(Al hilo de una conferencia de Wittgenstein sobre la ética, o su denegación)
Los que te conocen y los que no ya te han evaluado. Ahí está la cuestión, a la que también uno mismo contribuye con su metódica depreciación. Al principio finges no creer en lo que dices, después sí que te lo crees. Los demás, en el filo de la duda, terminan siendo indiferentes. Mostrándose indiferentes, quiero decir.
La inteligencia ajena me produce pavor. Así que yo no puedo asustar a nadie.
¿Lo veis? ¿Se observa que no hay una conclusión lógica y sí un salto al desprecio?
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