No soy capaz de recordar, distanciado del semisueño por las horas. En todo caso me pareció pensar en que hay como una náusea racional que fundamenta la obligación de las normas, algo que se asienta en el estómago y no te deja vivir...
(Cartesianamente) Es esa razón única -única porque es la adecuada, de forma que cualquier pluralidad metódica habría de contener los gérmenes de la contradicción- que se abre en abanico desde el intuitus epistémico-metafísico central hacia la periferia de las relaciones, los cuerpos y la tecnología, es esa luz común genética la que preceptúa después de efectuar el cálculo probable de las consecuencias de las acciones... Claro que calcula, naturalmente, con su propia moneda: 1º la interacción de las almas y los cuerpos, la equivalencia de sus sucesos; 2º también la disposición tecnológica que R. Descartes veía en el árbol metálico sin flor de sus Principios, en su rama no sabemos cuán remota, a cuántos años o milenios del cogito fundante.
Para esa razón moral utilitaria el deseo se iguala con el mal. Lleva razón. Aunque sea lo único que lleva.
(Pero luego el ateísmo más mortal, el que no se deja seducir por los ciclos) Al comprender que la vida, la única, se pierde. El histriónico admirable Unamuno podía refugiarse en una piedad voraz, demandante de su dios consuelo. Nosotros no.
Sin llegar al ateísmo, aunque sí a la desconfianza, nos decimos -de nuevo- que las conciencias enredadas electrónicamente no defraudan porque escondan. Al contrario, la decepción viene de lo que mostramos. Nos vemos en el espejo que se pone otro: porque nuestra capacidad de empatizar compensa el egoísmo radical que ve en cualquier otro un enemigo, ya que es inevitable pensar que cada uno, más si escribe, es el depositario de la creación. (Algún día podré entender lo que quería decir la última frase, por cierto. Oh sí, ya lo entiendo: no "porque" sino "aunque". Sea. O sea: que nosotros somos el espejo para él, a su turno, decepcionándole del mismo modo.)
(La bibliofilia del pobre. 1935. Trad. de Manuel Mindán.)
Algún día algún español entenderá lo que quiso decir Descartes. Hasta ahora no lo ha logrado nadie. Ni lo lograré yo, desde luego, que obtengo mi renta pequeñísima de felicidad sospechando en duermevela, así no me agobio, el sentido de las torsiones lingüísticas de mi Rilke y mi Heidegger.
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