Durante una décima de segundo me he descuidado y me ha entrado el aguijón de las ambiciones y los fracasos. Nada, apenas unos minutos ha durado la cosa, la herida y su vergüenza. Sé, lo escribo ahora, recuperado, que buena parte de la felicidad está en la renuncia del comentador del genio ajeno.
Pero hay otra cosa que se siente… Entre el ruido del mundo, muy dentro de la niebla y la opacidad terminológica.
Yo también tengo un sueño: el paraíso como silencio; el ruido como infierno. Por lo tanto: infierno como estupidez, si la inteligencia se vincula al silencio.
¿Por qué gastamos el lenguaje en chácharas absurdas?
En la era tecnológica la filosofía recupera su hogar en la casa de la ética. La primera década del XXI próxima a acabar. La tecnología es un helenismo –me dicen o lo sueño. Viendo la conclusión práxica de la contemplación platónica y cartesiana, este micromaquinismo desatado, repetimos el tiempo y la escisión eterna entre lo que se sabe y puede, por una parte, y lo que se debe, por otra.
¿Tras Kant, en tanto inútil respuesta al prometeo tecnológico, la virtud retirada de Epicuro? No sé… Tendré que mirar lo que dicen los textos.
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Esta temible ceguera con la que vamos dando pasos... No. Más bien esta tremenda ceguera con la que creemos que damos pasos; que no lo son, que son el torpe mover el cuerpo de los sueños. Veo las cosas en la niebla: no aprecio bien las distancias marcadas.
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Obama: las crisis precisan iconos. El papanatismo los adora. O de la necesidad de los mitos por parte de los consumidores.
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Si algo en mí hay de inteligencia es a mi pesar, entre lo ingenuo que soy.
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