Podría imaginarme (lo que representa una de las maneras cartesianas del pensar) en una isla desierta, a solas conmigo y con los libros que llevo a medias (¿dos docenas?, ¿más?), algunos desde hace años y con el propósito mantenido de acabarlos. Excepto en algún caso de supuesta chef d´oeuvre de insigne autor español actual, pues mi masoquismo congénito también tiene límites y la vida ya aporta el suficiente y aun sobrado sufrimiento. Después están los libros que se terminan de leer, frecuentemente mal. No sé si hay otra manera de leer diferente a la escolar de subrayados y marginalia, y la síntesis posterior, tras la recapitulación analítica y antes del comentario crítico personal, claro; todo ello con buena letra y correcta expresión. Cartesiana/mente.
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Ahora las Memorias de Mosby y otros relatos, de Saul Bellow (Salvat, 1985). El desconocido prologuista sienta dos proposiciones para la lectura: a) la propensión del artificialismo norteamericano a un retorno (¿querido?) a la naturaleza; b) la tendencia del judaísmo a una mirada hacia el futuro, a la esperanza (¿hay algo detrás que valga la pena?). Naturaleza perdida + escatología. Poca mosca más necesitan los filósofos malos para picar.
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Maneras de vivir.
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¿Islas urbanas? ¿Malditismo de envase retornable? (Cosa de matrimoniar al cabo con burguesit@s adecuad@s y soportar la infelicidad a cambio de la paz. Pero es mi opinión en forma de piedra sin mano.)
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Mi ordenador, que es una res mucho más cogitans que yo, me dice de vez en cuando, a la hora de entrar al blog, que el contenido de la página es de dudosa reputación. ¡No lo sabe él bien!
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